viernes, 27 de abril de 2012

FANTASIA Nº 96 Simulacro.

El varadero de los recuerdos con su arsénico y su alabastro, con agosto en la encrucijada entre el invierno que ya es llegado y la primavera arremolinada en la brisa que trae los primeros aromas de las floraciones venideras. El trance boreal haciendo gorgoritos frívolos y enhebrando con cautela el arcano del armiño, la amargura del algoritmo que establece la frontera de la imposibilidad y va dejando una ínsula con la falacia abrumadora de un remanso de crisantemos. Jolgorio icónico allá arriba en la buhardilla donde han de habitar los duendes que esconden las penas que llegan con las lluvias en sus cofrecitos de cristales de colores. Ninguneando con vehemencias de enanitos bochincheros las premisas equivocadas sobre las certezas de la pena, del exilio, de la turbiedad de las aguas bajo los sauzales. Fritangas de feria, bocetos en las maderas amarillas veteadas de verde del guayacán, chingar o chinchar, México lindo o Buenos Aires querido, encandilamientos por las auras ancestrales de la higuera la noche del solsticio de invierno, tropelías vernáculas de la lumbre y la espina. La madreperla navegando la ventisca tachonada de hojas ocres y amarillas y rojas cuesta abajo por el escarpado de otoño. Pergaminos que se van escribiendo en los portales de las madrigueras, en los brillantes adoquines después de los aguaceros intermitentes, bestiarios de escarabajos enterrados y ciegos incrustados como piedras vivas en sus húmedos territorios subterráneos, bajo la cisterna de líquidos amarantos donde habita el fauno intempestivo y espléndido que rige los escarmientos con la maraña del perjurio, la concupiscencia de los atardeceres, el desquicio de los vidrios de la lluvia sobre las rosas y la demagogia de los reflejos del día en los delicados charcos que dejaron los últimos chubascos. Incordio de los pájaros ateridos, de las hélices de tungsteno de los nubarrones que se vinieron con la aurora, cáñamo o cálamo, brioso atavío de los árboles otoñales que soportan el escrutinio magenta de la tristeza antes de fenecer en la sonoridad menguante de una finísima llovizna. Síntomas minúsculos de un barlovento atravesado por la fugacidad de un vagabundeo imperioso, descalabro impío de los párpados de un apóstol extraviado, mistagogo ultramarino predicando sus perpetuas simbologías semióticas entre evanescentes medusas y vertiginosos calamares. Cantos de argonauta encandilados por sirenas invisibles en las brumas del mar aciago, preludios de las errancias donde el almácigo de la estirpe es embeleso de pedregales en soslayo marmolado. Evocación del almíbar, del óleo de una cacería en un salón en grata penumbra con olor a ron y a vainilla.

Imago: “Rosas y naranjas bajo la lluvia”, fotografía del autor.

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