domingo, 1 de abril de 2012

FOGALERA

“es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego.” Nueva refutación del tiempo. J.L.Borges, 1946.

La letanía soterrada del cascajo escurriendo por su propio talud como en un ensueño de dendritas con su fugacidad esfumada, tenue como el color virginal de una magnolia o el resabio amargo del ajenjo o el manso olor de la hierbabuena. Alucinante cobijo del sosiego de la bellota entrando al otoño, el ardor nocherniego sin algarabías en el erial aleatorio en su decadencia, en su decantar y remecer, clepsidra, tamarindo o astrolabio, malabar de azules, trepidar de fangos, fulgor de la anarquía abisal con su brocato y su patético candil o su candelabro de bronces y cristales. Escarmientos de las trizaduras del azabache resplandeciente, del jengibre sumergido en la infinitud enturbiada por el troquelado de surcos donde florece la mandrágora. Perjurios, artilugios cíclicos, armiños poseedores de la ubicuidad falaz de los más sigilosos corolarios. Trepidante atajo de las aguas labrando una calavera como farola con su alquimia y su euforia, sin clemencia, regido por blasfemias de hereje bermejo, de impío magenta. La taumaturgia de un abecedario con el arsénico en la ve de veneno, del aprendiz ensombrecido por el sortilegio de la diáspora de los calamares, de la mansedumbre del enchastre de la abreviatura, ingrato almizcle, cáñamo espectral, falacia de aguacero, conjuro sobre los catafalcos. Ensimismamiento de estiércol trémulo en cada ínsula con sus deleites y su blasón. Un clavicordio taciturno siembra sus ecos en la cisterna del almíbar con herbolaria fascinación. Sórdida ajorca simulando ser madriguera donde fluye el resplandor de un alfil jaqueando reinas evocadas en florilegios de lumbres en la latitud renegada de un cuenco cabalístico. Una concubina enhebra con habitual zozobra la luminiscencia de los floripondios del claustro, travesía o brevedad. La simbología exuberante de los arrecifes en resaca o remanso, almácigo por el resquicio de un abril, hélice añeja acurrucando la simiente en las inmediaciones de lo perdido. Trebejos ancestrales y efímeros de una astronomía de exilios arrinconados en un bermellón escarpado. Concurrencia, cadencia perpleja, cúspide de efervescencias y resonancias, derrumbes. El fragor diáfano del enebro visto desde la claraboya de los guacamayos. Alienado cómplice del arcano encanto lúgubre y anaranjado del encono, del arrebato en su bravura de alhelí. Evidente luciérnaga translúcida, clandestina araña, escándalo de las salamandras al zarpar. Las fétidas virutas y vestigios de la evasión de la muchedumbre encandilada, cercando al bisonte gregario en su vernáculo estruendo de estampida, cizaña, artimaña de un umbrío desasosiego. Alabanzas del sumidero de andanzas, el chasquido del látigo en el umbral furtivo de los correveidile bajo el quieto encinar.

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