domingo, 8 de abril de 2012

LO QUE VIERON TUS OJOS

Para K, siempre viajera.

Lo que vieron tus ojos, lo visto y caminado, los caminos que jamás imaginaste recorrer allí en los territorios de los bárbaros balbuceantes, en el otro lado de tus mundos del gran río y de las sabanas. La casona como muerta de ausencias, de risas de niños, de gentes que vuelven del campo o que se van al poblado a contrapelo de sus bucólicos atardeceres. Se puede percibir la humedad, el silencio, el abandono, la presencia más allá de toda sospecha de una lluvia recién llovida, el pasto y los cascajos humedecidos, la bruma que se va yendo con el invierno que no se resigna, como yo a veces, al ciclo de desaparición y renacimiento, el frío como un velo intangible en el rostro que mira por tus ojos en la profundidad del paisaje. Aquí los árboles retorcidos en sus trabados ramajes, allá en el cercano horizonte de las colinas, detrás de una breve selva vaga, altos orgullos vegetales se cimbran en las ventoleras de la cercana primavera. La grieta en la pared, el musgo en su ocre mortal, el charco o nieve, indescifrable, la tierra madre soportando los milenios en tu beatitud generadora. Atrás el campo verde raso con una perfección imposible, el pasamanos de hierro forjado que abre la casa hacia el campo donde se va el invierno en fuga. Un borde de camino, por donde no vinieron, no vieron y no vencieron las águilas imperiales, por donde siglos después las ordenadas tropas de un perturbado pasearon otras águilas mortales. Ahora no hay huellas de caminantes en sus grises ripios ni en el sendero invadido de pastos que acude a la casa. La techumbre posee la perfecta desolación de lo antiguo porque ya ha visto y sufrido todas la lluvias, todas las nieves, todos los vientos posibles en ese fragmento de campo con el dulce y tierno fervor del cobijo. El cielo es blanco mustio, apagado, borrado de azules y de rojizos arreboles, negado de amaneceres amarillos, de los celestes, del cerúleo, del eterno color del cielo celestial. El gris de la pared es del mismo matiz de la soledad de lo perdido, de las nostalgias del fuego, del desasosiego que quema los parpados en los arenales del insomnio. La ventana ha sellado sus vidrios con el oxido de sus metales como si ya no quisiera dejar entrar las bocanadas del tiempo. Solo aquel insólito cuadrilátero anaranjado permanece nítido incrustado en este húmedo y frío presente.

Fotografía: Hilda Breer, abril 2012.

1 comentario:

  1. Felices los ojos que podran seguir viendo lo que tu pintas,esos colores,esos sueños,esos recuerdos .....

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