jueves, 25 de marzo de 2010

ENCARNACIONES


"Dr. Livingstone, supongo?".

Henry Morton Stanley

Ujiji, Lago Tanganika, Africa, Octubre de 1871.

Resplandecían las estrellitas con sus luce frías y lejanas sobre el terciopelo azul casi negro como brillantes tallados en diamantes nacidos en la profundidad de esa tierra de negros que se alimentaban de leones y bebían el líquido turbio proveniente de la fermentación impura de semillas de lúpulo que recolectaban antes que llegaran las lluvias. Se embriagaban alrededor de altas fogatas donde iban pasando de mano en mano el cuenco óseo trabajado con su mejor artesanía del cráneo del último enemigo cazado en la jungla de monos y orquídeas de novia mientras los más jóvenes de la tribu violaban a las madres y las esposas y las hijas de los negros guerreros vencidos. Solo temían de manera instintiva a la algarabía de chillidos horripilantes de los macacos que huían despavoridos cuando la batalla de negros contra negros invadía sus territorios demarcados por sus orines y sus bolas de pelo que iban dejando insertas en las grietas de las cortezas de los árboles de alcornoque o cuando veían que el agua de la lluvia tomaba un tinte rojo sangriento mientras se iba encauzando vertiginosa hacia el río de los cocodrilos y los hipopótamos. También temían el río porque no era zaino ni traía camalotes ni pirañas o surubíes cuando con la luna nueva venían las crecidas y los cocodrilos morían de lunación y los hipopótamos se pudrían vivos en las márgenes esperando que las aguas dejaran de arrastrar en su corriente tortuosa troncos y ramas que pasaban flotando como rígidas lampalaguas o caimanes disecados. Pero entre luna y luna festejaban los ritos heliacos con sus interminables y monótonos tamborileos y el fondo monocorde del chirrido humoso de los monos asándose sobre los fuegos mientras los cocodrilos dormitaban sus siestas en las arenas tibias y los hipopótamos flotaban desganados en las aguas verdosas del río muerto o inmóvil sin abrir los ojos ni cuando se escuchaban los rugidos de los leones machos en la furia del celo advirtiendo a los cuatros vientos que a la noche irían de cacería ocultos en el terciopelo azul casi negro sin que las lejanas lucecitas brillantes de las estrellas los alcanzaran a iluminar. Vale.

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