jueves, 25 de marzo de 2010

INSTANCIA FLORAL

Altos estambres, delicados tallos que se sumergen hacia arriba en el índigo lejano de un cielo inalcanzable, ese azul sereno, leve e inasible que asoma por la ventana octagonal embebida de sus rojos intensos y sus amarillos jaspeantes, hay un olor a néctar dulzón e indescifrable en el que se alcanzan a percibir escondidos perfumes mezclados por infinitos insectos que durante centurias urdieron una genética de polen y pistilos bajo ese mismo añil, siempre lejano, y bajo todos los soles que tañeron premonitorios arreboles rojiamarillos. La corola es fuego, llamas, brasas, flameantes lenguas bifidas, tremolantes reflejos congelados en esa húmeda madrugada cuando los sépalos parieron los colores en la luz quieta de cierta mañana. El cáliz de untuoso verde oscuro impone su dureza clorofílica para elevar hacia vetustos engendros quitinosos el androceos y el geniceo como prostibularios faroles de puertos abiertos a todos los vientos. Y los pétalos estarcen sus rojos, sus amarillos, sus banderas de oros y sangres, las anteras tintinean en sus eróticos hisopos seminales, a la punta de casi transparentes filamentos, verdes carpelos uterinos con su estigma de hembra hambrienta coronando el estilo, todo en la copa del tálamo esperando, esperando justificarse en fruto y semilla para arrullar una y otra vez las generaciones de crisálidas que vendrán convertidas en iridiscentes imagos a sellar el pacto ancestral y convocar los colores y sus vuelos, el néctar dulzón y el roce polinizador, y todos los verdes dormidos en la tierra viva. Vale.

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