domingo, 11 de septiembre de 2011

DE TUS VETUSTAS E INCIERTAS GEOGRAFIAS

Para la Maga, soberana.

Te me pierdes, te me ocultas en los rincones de las horas, en las vehemencias de ígneos batolitos, entre geografías hirsutas e inciertas, mas allá del pasado congelado, mas acá del futuro, casi de cara al día, pero secreta, inaccesible, muda a los albores de las entumidas madrugadas, quieta a las enrojecidas declinaciones solares, al viento arrachado y al sopor de la mediatarde. Te me ausentas, te me escapas, te me fugas por los intersticios que deja la lluvia en los vetustos ladrillos de un muro sin ventanales ni puertas. Abundas en silencios brumosos, en soledades escarchadas, en vigencias sin luna, abundas en tus vísperas sin geranios ni almendros florecidos. Limitas al norte con una oscura certidumbre, habitas, naufragas, desapareces de ti, de mi estropicio de canto que no te llega ni toca ni seduce, muerto entre tus dedos en el afán de alcanzar a verte a la vuelta de una esquina o en los espejos rotos. Fantasma y atisbo de musgo en los rincones donde el invierno pervive escondido, como tú, de la abrumadora primavera. Te me disuelves en una ceremonia de altos jazmines, y así disuelta te me esparces entregada a tus rondas de niña, a la delicadeza de una calle honda hacia lejos, te me disgregas entre las piedras lavadas por la neblina persistente de los tangos aprendidos de memoria mientras te espero. Te esperaba ayer desde anteayer, sumergido, como tú, en la insistencia de tu barrio, de tu casa antigua donde florecían los mismos geranios y los mismos almendros. Te me encierras en castillos de arena, de naipes, de sillar canteado, alzas tu arrogancia de vestal intocable, te me haces inexpugnable y laberíntica, te me escabulles por las junglas y las estepas, adormecida. Cavilas, divagas, poetizas sobre témpanos, sobre arenales calcáreos, sobre catacumbas, tocas las cosas para que se me desaparezcan, como tú, de la mesa, los tejados y los altares. Acometes el suicidio del otoño con tus manos llenas de desahuciado polen amarillo, elaborando un martirologio de hojas secas y ramitas quebradas como si fuera una penitencia de insectos invernando. Te me extravías buscando sur donde yo no esté cavando túneles en tu corazón de turquesa, ni cultivando para ti rosadas clavelinas en el desaparecido jardín de mi madre, ni seduciendo en sueños tu boca con tímidos besos incautados. Bruñes los bronces que encierran los azogues que te me reflejan en ausencia, engarzas perlas negras, rubíes sangre de paloma, y diamantes rojos para tu invisible corona de reina imposible en mi reino de tristes metales. Inalcanzable, te me vas yendo siempre hacia los lejanos horizontes de zarzamoras de mi infancia. Vale.

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