viernes, 11 de noviembre de 2011

ACOPIOS INCESANTES

La cal sosegada de tus huesos convirtiéndose en cenizas con la misma lentitud de un glaciar cristalizado. Los derroteros equivocados de todas las naos donde embarcaste con la certeza de otros continentes. Los mismos océanos sin costas donde encallar ni naufragios por venir. El rumbo perdido en la fragilidad de la rosa equivocada de los vientos cruzados en la brújula incesante o cansada. Los salitrales con sus nitratos crujiendo a tu paso, sus salmueras escondidas, sus arcillas en ventolera, polvo extraviado entre canteadas ignimbritas. Las caravanas sin sombras recorriendo la aridez de las piedras enardecidas por los soles venideros. La redisolución de antiguas evaporitas subterráneas, inmortales en su prisión de sulfatos y yoduros. Las adormideras de sus ojos con sus opios sigilosos conteniendo un paraíso sin flores pero colmado de gloriosas alucinaciones. La singularidad allá al fondo de los tiempos en el instante preciso antes del destello que devino en este valle de lágrimas. Las calizas de los mares más antiguos que las naves de los argonautas, que el Leviatán y el celacanto. El oscuro azul de terciopelo estrellado de aquella noche envidiando la blancura resplandeciente del ciruelo sumergido en su reiterada primavera. El violento fundamentalismo de las nostalgias del barrio cuando la calle se quebraba hacia el poniente en canales y zarzamoras. La irreverencia de los verdes distintos de los sauces y los acacios, del parrón atareado endulzando las uvas y de los pastos amarillos al final del estío. Las crines del unicornio negro, los tentáculos urticantes de las bellísimas malaguas, las conchas de los pelecípodos que se duelen de perlas negras. Los cantos rodados de dioritas, lutitas y esquistos de una pequeña geología contenida en un cuenco de bronce iluminadas por el menguante lunar. Las ruinas de un templo donde se vertía la sangre de los enemigos atrapados en la guerra florida. Las topologías y las tautológicas, las epifanías y las falacias, los profetas, los chamanes, los brujos y los oráculos. El perfume de la perdición, el sabor del primer pecado, el sonido de la lluvia, la discreta caricia del roce de una mano, la visión de una silueta contra el rojo crepúsculo. Las derrotas, las cobardías, los abandonos, la esquina vacía y el ciego farol, la escombrera y los derrumbes. Las esencias de cerezo y alelí, maderas de thanaka y almizcle como un rocío impalpable sobre un pétalo de la rosa imposible. El sopor de esa tarde. Vale.

Imagen: “Barco naufragado”, Carlos de Haes, 1883.

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