miércoles, 23 de noviembre de 2011

ILACIONES

La brisa tenía algo de sombra, la sombra de hoja, la hoja mordida en sus bordes por la iguana columpiaba de nuevo a la noche. La noche agarraba por los brazos, sostenía en su caída al reloj de pared, dividía el cuerpo de la harina con su péndulo de obsidiana. La obsidiana que en su concavidad volcánica ocultaba a la madre de todos los verdes dragones pariendo su último vástago. El vástago que iniciaba sus contorciones de feto recién nacido en el nido de guirnaldas azules. Los azules de cianuro pintaban los mares profundos de celacantos y grandes calamares huyendo de las espumas de los oleajes, los oleajes que se venían mancillando en sus alburas por un plancton de mares sin horizontes que escribían obscenos versos de marineros en los límites de las altas mareas. Las mareas en contraluna con su encaje luminoso de noctilucas llevaban en las rompientes incesantes arcos convexos con refractados y extravagantes radiolarios, los radiolarios merodeaban enquistados en la sinuosidad de las algas danzantes entre los faluchos mecidos por las ondas atenuadas por los arcoíris de los aceites derramados en el molo maloliente por los grandes barcos. Los barcos anclados con sus pequeñas banderas siempre extranjeras aleteando en la marina salazón de los vientos. Los vientos sostenían inmóvil una bandada de alcatraces sobre el cardumen de plateadas anchovetas que giraba como un huso multitudinario en medio de la bahía, la bahía quieta con el cardumen como un rostro sumergido a medias aguas de un ahogado bebiendo el brebaje de salmueras con la alquimia de los continentes en continua disolución. La disolución de los enormes féretros de dinosaurios durmiendo en sus huesos fosilizados empotrados en las estrafalarias geologías erosionadas de las calizas, las calizas con sus amonites y sus laberintos karsticos y sus insondables cenotes donde las aguas poseen la misma misteriosa transparencia de los más puros diamantes. Los diamantes embadurnados en su porosidad vítrea por el sudor de los negros esclavos atrapados en la voracidad de los blancos sin perdón. El perdón convertido en la mera cáscara del fruto del árbol del mentido paraíso donde las crisálidas nunca llegaban a ser mariposas, las mariposas que emigraron hasta las cumbres borrosas de las cordilleras en busca del polen infecundo de las pasionarias. Las pasionarias trepando los troncos azumagados por los líquenes y musgos en su hosca persistencia. La persistencia perfumada de la jungla esparcida por aquella brisa.

Nota.- En cursiva; cita de Paradiso, José Lezama Lima, 1966.

1 comentario:

  1. Lo leí ayer y hoy dos veces hasta encontrarme con sus imágenes, complejo por cierto pero dejan entender. Felicitaciones!

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