Para Pili, del tata de los Astylus.
Es una extensa ciénaga bordeada de arenas tibias donde los cocoíyos duermen sus digestiones sangrientas de carnes y pieles y huesos y plumas, borboteando su modorra de saurios inmortales. Mientras semisumergidos los po’poms esperan la fresca nocturnidad para ramonear el pasto verde entre los arbustos y saciar en esas esmeralda aciculares sus hambres lentas y milenarias. Abajo, sumergidos en esas aguas de cristal líquido nadan tumultuosos cardúmenes del pesh del estío con sus escamas plateadas por las miríadas de reflejos de una nanu grande y quieta y redonda como un disco argentífero. En los altos y en los bajos ramajes anidan pequeños y delicados piús de alas incansables y picos amarillos como el oro, sus cantos son un murmullo afilado que va deshojando el follaje frondoso dejando las ramas navegando en la brisa con los racimos de las grandes flores rojas del ceibo. Una pa’am extraviada vuela en ese berenjenal de árboles y lianas y orquídeas epífitas que saturan el aire húmedo y caliente de la jungla con sus perfume dulzones que perturban el vuelo ebrio de los polos anaranjados con la cruz de Lorena en carbón difuso marcada en sus élitros bajo el imperio su genética darwiniana, y el vuelo dicharachero de las alegres poshas de delicadas alas multicolores de belleza exuberante y frágiles antenitas con un botoncito en la punta para encontrar sus nortes y sus sures. Mas allá, en un lejos de cuento de duendes y en medio del día, en la llanura que verdea hasta el ultimo horizonte de montañas púrpuras pastan nafas, enns baaios y caayos en una tranquila paradoja evolucionista, cercados por los ocres túmulos arcillosos de las migas blancas, que como pirámides de almagres se elevan entre las matas bajas y el alto herbaje. En un mar turquesa de espumas y cormoranes más lejano que el último horizonte un solitario fíin juega a guiar los barcos imaginarios que siempre cruzan por sus tiernas fantasías infantiles. En un sitio indeterminado hay patos, vacas, miaus y guaus, hay pollos y bees, pero esas mansas bestias de juguete habitan la casa, el campo, el establo, y en una mínima selva gritona y gesticulante hay muchos monos haciendo muecas. Misteriosas vaias vagan buscando su silueta, su imagen, su identidad de insecto o de pájaro inmersas en los suelos del patio, en la grama de jardín, entre las calas enanas o en los florecidos rosales de la ita.
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