viernes, 4 de noviembre de 2011

VIAJE A LAS REGIONES CIRCUNDANTES DEL SALAR DE ATACAMA

Recorrer el ilusorio pasado de nostalgias mal contadas de sur a norte y de norte a sur, retornar al lugar de los inicios, de los laxos amaneceres y de las brumas, de arenas ardientes y de aves migratorias, y volver rampante al aquí y el ahora donde encalló al fin la nave entre los delicados escollos sumergidos. La rada de los piratas. Un pilpilén negro esperando el embarque en el muelle atardecido de los pescadores. La continuidad lenta y extensa de muchos desiertos iguales en todos los variados matices de los ocres terrosos, de los rojos apagados, de los marrones y grises cercanos al oscuro tiznado. La ciudad sin abuelos. Espumas, marejadas, oleajes y olas rompiéndose en alburas estruendosas. Allá en medio de la bahía cuatro barcos dormidos esperando a la gira, acá un espiral de negros buitres elevándose en círculos como treinta ángeles ebrios. Siempre pelícanos, cormoranes y alcatraces, cientos de garumas dibujadas contra el bajo horizonte marino, y palomas. Lugares secretos, místicos y alguna vez dolorosos. Sombras, siluetas, fantasmas muertos. La cercanía y la certeza de la Maga. Las luces del puerto, las calles y las playas con las huellas atrapadas. La caleta del atardecer, sus faluchos de colores, las monedas con signos indescifrables y las antiguas botellas pampinas. Todos los lejos acurrucados en las esquinas, en los parques, en los altos almagres allá arriba donde se entraba en el desierto. La primera puerta y la última. Los amigos deambulando por la memoria ya sin rostros ni años precisos, y en la historia; con sus errores, recovecos y los misterios de un azar siempre costeando. El salar de Atacama. Blancas flores de sal florecida, infinitos y pequeños penitentes salinos regurgitados por subterráneas delicuescencias. Espejismos de distancias reverberando bajo un sol primitivo, previo a todas las cosas, a todas las piedras y a todas las sales. Tilomonte, Tilopozo. Volcanes, nieves rasguñando las púrpuras de altas cordilleras. Callejón de Tilocala. Peine, libélulas y travertinos, verdes pimientos y tamarugos. El retorno. El pasado más antiguo de todos, el grito de las gaviotas, los lugares cargados de premoniciones. Un camino hacia un sur sin salida que se quedó sin regreso. Loberías. Los espejos se llenan con los destellos de la noche y se trizan inventando nuevas constelaciones de dragones bicéfalos, monstruosos leviatanes de un solo ojo y bellos alicantos sin sombra, de alas brillantes y vuelos luminosos. Los Cristales, la guedeja, rizo, voluta de una nube gorgoreando en la intensidad del azul cielo. Incahuasi. Tres veces Pichicuy. La melancólica improvisación del Impromptu Nº 2 de Schubert, y todo el ocaso oscureciéndose para siempre en las intransigentes nostalgias de un piano. Vale.

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