jueves, 3 de junio de 2010

CRISTALOMANCIA


“Algunas personas sueñan con la misma pesadilla repetidas veces. Otros sufren pesadillas cuyo contenido cambia a pesar de contener el mismo mensaje.”


Un dragón de hierro y fuego avanza feroz y encendido entre margaritas silvestres y lilas, sus ojos son de translucidas ágatas y sus terribles dientes de cornalina. Su aliento azufroso deja ardiendo las pequeñas flores y el humo perfumado se extiende por el valle como un vaho primaveral. Entre las matas se escurre asustada una serpiente de cobre hacia los umbríos macizos de lirios que se derraman hacia la quebrada donde un arroyo de aguas cristalinas orada las vetas de verdeantes esmeralda y lechosos cuarzos que como oleajes congeladas soportan la herida surcante de las aguas. Un caballo de azogue huye brioso y corcoveante en el aire de rosas petrificadas, sus cacos de berilo sacan chispas brillantes de los cascajos de topacios que empedran el sendero de mulas que sube también serpenteando hacia las grises montañas. En los altos riscos de las grises montañas una cabra de plata se alimenta tranquila y lejana al tumulto del dragón en las pozas de agua donde crecen misteriosos lotos de altura. Unos rodados de selenita reflejan la Luna trizada que se esconde a intervalos entre los altos nublados de las primeras lluvias. Desde lejos son solo colores, los rojos del carmín y el escarlata, y del rojo vino, muchos ocres y verdes, verde jade, verde bar, amarillo, amarillo verdoso, anaranjado, castaño rojizo y plateado. Azules, azul, azul verdoso y azul oscuro, azul eléctrico y azul marino, índigo. Gris, negro y dorado. Tras cartón un mono de oro juegas sus infantiles locuras entre alelíes y amapolas. Brillantes túmulos de nidos de flamencos engastados en rubíes y ámbares se hunden en las aguas hipersalinas de las lagunas altiplanicas bajo un sol implacable levantando vapores perfumados de inciensos y almizcles. Campanillas entre jazmines mimetizan un gallo de hidrargirio que picotea las olivinas buscando topacios y jaspes. La muerte ronda con sus tonos oscuros las victimas que necesita la noche antes de que el gallo cante tres veces. Sus pasos van dejando marcas dinosáuricas en los espantosos basaltos mercuriales. Un perro de cobre ladra a la noche y en el sigilo mortecino del aire una voz mesiánica confirma que el frío de la noche tenía incrustaciones de violetas (*). Las clavelinas de una infancia irrecuperable vencieron a los jacintos, y las aguamarinas reflejaron infinitos Venus para que la tristeza no invadiera aquel valle sagrado. Antes del orto o después del ocaso un cerdo de agua que hoza los charcos barrosos de hematíes, gruñe y escarba buscando las trufas entre las miríadas de pétalos muertos de flores cerezos. No hay otro ruido que el tintineo de las lágrimas de malaquita que lloran las gárgolas en los abandonados campanarios. Hay un bosque, ultimo reducto de los descendientes de los árboles fósiles de Hacinas, altas araucarias, robles, magnolios florecidos y álamos, abetos, acacias y oloroso pinos, chopos, enebros, sensuales sauces, bojes, hayas y tenebroso cipreses. Orquídeas, gladiolos y narcisos, y una rata de bruñido estaño royendo las pilastras que soportan el último templo del fuego. Los engastes de turquesas y lapislázuli de los minaretes refulgen victoriosos de esta secreta Intifadah. Un buey y un tigre de plomo yacen bajo la eclíptica destrozada, donde solo giran fragmentos de un Saturno negro, un Urano azul y un Neptuno verde. Un conejo estañado brilla en ciertas aguas y naufraga. Lo demás son jardines desaforados de madreselvas, cimbalarias y magnolias, de gardenias y dalias y azaleas, rodeados de un desierto donde los minotauros obtienen sus ónices, obsidianas y ópalos, y los centauros sus zafiros, zircones y amatistas violetas. Después hay una franja de silencio como un desierto transparente. De ahí al mar solo hay estremecidos pedregales de lajas metamórficas hasta la misma orilla. Vale.

* Pequeño relato de fantasía. Francisco Antonio Ruiz Caballero. 4 de Ene, 2006.

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