sábado, 26 de junio de 2010

MUY BREVE HISTORIA DEL ORIGEN

En el principio fue el tiempo, solo tiempo y la nada. En ese devenir del tiempo donde la nada sucedía. El tiempo fatigado sucediendo en oleadas, llenando el espacio absolutamente vacío que es casi la nada. Y en algún instante primitivo esas ondas de tiempo inútil colisionaron. Era inevitable. Primero aquí, en un extremo alejado y oculto de ese vacuo universo, luego en incalculables puntos a lo largo, ancho y alto del espacio. Las colisiones fueron sucediendo innumerables. Iban dejando leves cicatrices en esa nada. Por ultimo debió llegar el día en que unas pocas de esas trizaduras se unieron, y vino un destello como un relámpago de dimensiones inimaginables, y hubo inevitable la energía. Ahora un infinito espacio vacío, donde la energía fluía lenta y continua como inmensas flamas invisibles. En algún momento del tiempo la energía condescendió a materia. En el inicio fueron pequeñísimos corpúsculos de un algo que tiraba a materia. Infinitesimales puntos de una densidad imperceptiblemente mayor que la nada. Con el tiempo, todo el tiempo necesario, las acumulaciones probabilísticas de estos coágulos evasivos cristalizaron en unos gránulos inertes. Debieron estar millones y millones de años girando en torbellinos desmesurados, arrastrados una y otra vez por inconmensurables flujos electromagnéticos, por las lentas y densas turbulencias de una energía que se resistía a dejar el caos. Pero he aquí que llegó a venir el cosmos. Gránulos que colisionando van a ser granos de granos más grandes, partículas inestables, meras pruebas de materias aun inservibles. Luego aisladas moléculas, que volvían una y otra vez a colisionar, a fusionarse, a volver a desintegrarse. El crisol de las probabilidades, el yunque donde ese caos va escalando a este cosmos. Un día hay un polvo esparcido por el entero universo. Materia disgregada y cansada buscándose. Un enjambre de fuerzas gravitacionales y energías desperdigadas, intentando ordenarse, coludirse en un orden más cómodo. Ese polvo definitivo y eterno, esparcido en este universo sin tiempo, deviene en piedra inverosímil, en agua fundamental, en los sutiles vapores omnipresentes. Esa materia va cruzando los eones, siempre cambiante, asumiendo indeclinable los azares de los ciclos infinitos de todos los tiempos. Por fin las estrellas, los cúmulos, los soles atrapando sus propias aglomeraciones de piedras muertas, los planetas silenciosos girando inconmovibles en torno a esos soles iniciales. Se apagan lentamente algunos de esos cúmulos resplandecientes, ya hay un nuevo universo. Viene la fiesta inicial del primer amanecer, y las nubes que traen la primera lluvia con sus ríos y sus océanos. Hasta el día inevitable en que el fango primordial comenzará a construir la semilla de la sutil supervivencia que comienza a habitar pequeños grumos de la materia. Ese orden no entrópico, mínimos cosmos que laten, se mueven, se reproducen. Ese orden extraño y asombroso; la vida.



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