lunes, 29 de agosto de 2011

CAMAFEO DE MUJER DORMIDA

Buscas en el río la plenitud de la palabra, el silencio de los cactus, la risa susurrante de las quilas, desatas el verbo y untas de color los paisajes que pisas dejando un reguero de huellas inconstantes, de vestigios de exploraciones impúdicas, de piedras canteadas y pájaros asustados. Anidas en el oscuro, sufriente y virginal, elevas el humo de tus fuegos a lo largo de los senderos tortuosos de los bosques de espinos y litres y arrayanes por las orillas del arenal del río de largas aguas cordilleranas. Refractas la luz impostada de los amaneceres, reflejas las rojizas luminosidades de los ocasos, absorbes el oscuro terciopelo nocturno, estrellado y lunar. Despiertas, caminas, duermes, usas una copa, una cuchara, una puerta, lees un libro, escribes un verso, lloras, tocas las cosas cotidianas buscando un sentido, un fin, una pequeña certidumbre para entrar en el sueño. Cuentas las florcitas de los pastos de los parques, las flores de los aromos amarillos de esperarte, las gotas de rocío en las hojas de los rosales. Rememoras la lluvias de lo que va del invierno, sus charcos, los grises nublados que cruzaron el cielo con aguaceros y ventoleras. Te sumerges bajo las escarchas, te difuminas en las garúas, gélida, húmeda, asiluetada. Irrumpes en escorzos en la plenitud de tus encantos, dejas tus ojos varados en el horizonte de totorales, deslizas tus manos de princesa imaginaria por las sedas y las perlas que te traen tus amantes corsarios. Hurgas en el jardín y en las macetas buscando las semillas dormidas, las pupas subterráneas de las avispas, el opio de las arcillas. Esparces tu serena arrogancia de bella durmiente en los murmullos del desvelo de cierto macho viejo que detenta la solemnidad del eterno destierro de tus soberanos territorios. Inventas insectos imposibles, imaginas palomas enjauladas, creas lobos, vestiglos y endriagos, haces como que existen parajes donde abundan las garzas de cuarzo y las libélulas de amatista, y vas dibujando el bestiario de tu río y sus sagrados pajonales. Destilas el licor de tu carne temblorosa, el néctar de tus ternuras, el vino rojo de todas tus vendimias para calmar la sed de las ausencias. Acudes a antiguas magias sáficas, a delicadas hechicerías, a dulces y secretos encantamientos, para develar los áureos anillos del destino y verte a ti misma en el espejo, siempre ida y pensativa, siempre humedecida y desnuda ante tus deseos y tristezas. Intuyes que cuando llueve las lombrices salen a trazar los mapas de tu desasosiego en las gredas del patio. Vale.



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