miércoles, 3 de agosto de 2011

SILICA

Bajo el esparto, en las hondonadas donde el sol no es aun reflejo, sobre los nidos de los arcángeles sangrientos, como un moho verde esmeralda en la cara sur de las piedras canteadas del templo Huitzilopochtli, incrustado en las alfombras de la Mezquita Azul de Istanbul, congelado, vitrificado, cristalizado, hecho polvo de diamantes en las aguas siniestras del Estigia. En los ojos furiosos de los dragones y en la catedral derruida por los bárbaros insensatos, obsidiana, silex, espejo y punta de flecha, arena o cascajo. Escombros, demoliciones, ruinas. En los vestigios de los últimos profetas guerreros, en sus huesos calcinados por el salitre incandescente y barnizados por lo vientos impenitentes. En la marca y en el cizalle. En el fuego de la zarza de amianto de la revelación del Nombre. Fragmentado en los conglomerados rojizos de la cuesta de las Chilcas. Hundido, naufragado. Refractando la luz que iluminó las catacumbas de la Roma Imperial. Allí, en la Rosacruz magenta, en su misterio, en su secreto, y en su amatista florecida. En el pomo de una espada enmohecida, en la corona de un imperio vencido o en la tiara del Sumo Pontífice, Urbi et Orbi. Como sedimento en las madrigueras de las serpientes bicéfalas, en la cáscara de los huevos de los pelícanos y de las águilas. En las uñas del varano sagrado del manglar de la isla de Santa Isabel. Espuma petrificada de océanos ignotos, estalactitas del túnel del tiempo, cristales de luna llena, brillo lunar en los sargazos con sus mareas y sus oleajes, purulento fetiche de alquimistas, alteración ensimismada de sicópatas y verdugos. Atrapado en los matices del gris, en el chispero de los dioses de Dendera, en los antiguos camafeos orlados de brillantes de la marquesa de Castrillo. En la sal de los nichos de cementerios abandonados, en los signos del ópalo y en la criptografía cuneiforme del esperanto. Mezclado con ceniza volcánica en los fondos cenagosos de los charcos andinos, telúrico y trepidante. Terco polen lítico en los arenales donde anidaban los míticos dinosaurios alados, crispaciones del aliento del Fénix, fugaces exornaciones en la crin de las bestias de las pesadillas ecuestres, chispas de los cacos de Rocinante cabalgando sobre el mentidero de las Losas de Palacio en el Alcázar de los Austrias. Pizca del laberinto de Cnosos, trozo del Muro de los Lamentos, fragmento del hielo de Tunguska. Diente de perro. Tintineando el desencanto de los moribundos, ornando las banderas de los sátrapas incapaces, siempre bajo el esparto. Vale.

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