"Las cosas que no existen son las más bonitas.". Bugre Felisdônio.
“Fui amigo do Bugre Felisdônio, de Ignácio Rayzama e de Rogaciano. Todos catavam pregos na beira do rio para enfiar no horizonte.” (i). Manoel de Barros (ii).
Las ánforas de los vinos dulces y los albos corceles al galope por las arenas y la espuma de una extensa playa bajo un imponente atardecer. Los pinos olorosos con sus resinas escurriendo densas, lentas, por los troncos del Carbonífero y los milenios del ámbar. El aullido del coyote en la noche trabada de sombras, de intramuros, de soledades que trizan el nocturno en la resiliencia del animal solo que huye de sus propias huellas. El bajel del espanto a contramar de las mareas del mar de los navegantes diezmados por el escorbuto. Un agua antigua de cilantro, sus paramecios y sus amebas antes del diluvio y del nacimiento de Venus, un agua transparente, cristalina, arsenicada. El sayal de la muerte, su anillo de cobre con el diente del primer muerto, su guadaña brillando por el reflejo de una luna maldecida por amantes y testigos. Los horrores del infierno imaginado por los monjes heridos por el cilicio y la penosa castidad. Un ánfora hundida que guarda un quaternión de Caius Iulius Caesar Octavianus Augustus, y un trozo de ámbar con una hormiga atenazando ad eternum una semilla del Coriandrum sativum, flotando a la deriva en el Mare Balticum. Los coyotes husmeando los cadáveres de los ahogados amortajados por la espuma y velados por las negras y relucientes aletas dorsales de las orcas. Las armas de rojizo cobre metálico forjadas en la fragua del infierno y el cítrico aroma de las semillas del cilantro. Los vinos de vendimia retrasada que ha dejado sobremadurar la uva en la cepa. La resina de una vetusta conífera embadurnando y momificando un delicado fragmento tornasolado del ala de una libélula. La maldita luna rota en su reflejo por el chapoteo de los remos de la barca de Caronte. La deriva y el cenagal. El óbolo que pagó el Nazareno por el cruce del Aqueronte. Los gritos de los que no pudieron pagar aquel viaje, y vagarán por cien años sin pisar la otra ribera. Los cadáveres de los enterrados con una moneda bajo la lengua esperando impacientes a Carón el barquero. El sayal y el cilicio. Corceles en la pleamar de gaviotas detenidas en el aire por la ventolera del sudeste. El nocturno aterido, la vidriosa madrugada marina, los cormoranes dormitando en sus nidos en el vértigo de los altos e inaccesibles acantilados rocosos. Los legendarios albatros en sus vuelos errantes por el mar abierto en busca de solitarias islas oceánicas. Las arenas, los intramuros, las oleorresinas. La muerte por escorbuto o por arsénico. El sello del Anillo del pescador. La última jornada. Vale.
(i) Fui amigo de Bugre Felisdônio, de Ignácio Rayzama y de Rogaciano. Todos recogian clavos en la orilla del rio para enterrar en el horizonte. (Del poema ‘Mundo pequeño’ de Manoel de Barros (iii).)
(ii) Manoel Wenceslau Leite de Barros (Cuiabá, Mato Grosso, 19 de diciembre de 1916) es un poeta brasileño del siglo XX, cercano de las vanguardias europeas de principios del siglo y del primitivismo vanguardista de la «Poesía Pau-Brasil» y la «Antropofagia» de Oswald de Andrade. Es una de las grandes voces de la poesía brasileña contemporánea. Desde 1937, ha escrito catorce libros de poesía y recibido varios premios literarios, entre ellos dos veces el Prêmio Jabuti, el más reconocido de la literatura de Brasil hoy. Es el más aclamado creador de la poesía brasileña contemporánea en los círculos literarios. Sobre él, el crítico y filólogo brasileño Antônio Houaiss ha dicho "...Manoel de Barros es un usuario o usante o utilizante o creante de palabras —habidas, habientes, habibles — que sangran, sonríen, se desvergiüenzan, juguetean, lirizan, luziluminan; que convida al lector a gozar — en la rudeza de la vida que corre — la infinita gracia de disponibilidad mental para el gratuito absoluto...”
(iii)
Mundo pequeno (Fragmento)
De O Livro das Ignorãças. Manoel de Barros, 1993.
II
Conheço de palma os dementes de rio.
Fui amigo do Bugre Felisdônio, de Ignácio Rayzama
e de Rogaciano.
Todos catavam pregos na beira do rio para enfiar
no horizonte.
Um dia encontrei Felisdônio comendo papel nas ruas
de Corumbá.
Me disse que as coisas que não existem são mais
bonitas.
Tus escritos son ....aplastantes, pesados, sin dudas,concretos como ese manicomio que es la vida. Gracias
ResponderEliminarHilda