sábado, 18 de septiembre de 2010

COROLARIO


“Pobreza imaginativa, decía Unamuno, es aprenderse códigos de memoria”

El reino de este mundo. Alejo Carpentier, 1949.


En el tétrico trasiego de húsares sangrientos y sufíes impuros que persiguen con avaricia de iluminados el tiempo ya transcurrido en el monótono baratillo de relojes amelcochados, alguien escucha, o cree escuchar desde las umbrías habitaciones del duelo, el eco del bufido de espanto de las medusas babélicas destrozadas por los cardúmenes pétreos de los celacantos nocturnos, reflejado en una aguamarina azul verdosa engarzada en la tiara de la amante ciega del Dux de Venexia, rodeada de diamantes azules en una filigrana de oro incaico que repetía la trama ondulante ocre amarillenta de los sargazos haciendo naufragar la carraca que buscaba entre la honda bruma marina la derrota extraviada que lo hiciera salir del mar de los muertos, y que llevaba en sus nauseabundas bodegas junto con los toneles de arenque salado y la bisutería para el trueque de Indias, el arcón de cuero con guarniciones de bronce patinado donde el Minotauro guardaba los bucles de cabellos color miel y los dientes nacarados de sus vírgenes lunares, y que ahora solo contenía en medio de un mullido embalaje de paja de arroz, un pote de porcelana china de Yixing con un breve instante escarchado del silencio púrpura que fue esparcido por los siete arcángeles mayores sobre los essercizi de violonchelo del arconte de la orquesta de la corte imperial de Viena el día después de la noche en que murió Mozart.

No hay comentarios:

Publicar un comentario