jueves, 16 de septiembre de 2010

EL PARASITO DEL PEYOTE (*)

Mientras que los aztecas lo llamaban "Carne de los dioses", los frailes españoles lo bautizaron como "Carne diabólica".

La bestia se fue acercando sutil, reptiliana, sigilosa, escabullendo las trampas de luz y las afiladas aristas de los grandes cubos amarillo metálico de los cristales de pirita que sobresalían de las paredes. En ciertos tramos se movía agazapada, aplastada contra el piso convirtiéndose en una mancha ocre rojiza vitrificada sobre las ondulaciones de las vetas sedosas del adoquinado de ágata jaspeada. Sus vistosas antenas helicoidales iban tanteando su avance en los muros, el piso y el techo tornasolado de donde parecían provenir las fulgurantes trampas de luz. Solo se escuchaba el típico sonido de las ventosas que se desprendían una a una con un chasquido limpio y seco de la superficie de calcedonia. Un penetrante olor a vitriolo invadía el lugar ajando las flores nacaradas de los gladiolos que crecían en las acequias del borde del piso por donde escurría un líquido lechoso y espumante del que se levantaba un tenue vaho azulino cada vez que era iluminado por las trampas de luz. El brujo, escondido entre las altas cañas de bambú sostenía tenso e inquieto el puñal ceremonial de filoso sílice transparente, listo para hundirlo en los belfos queratinosos de la bestia. La intensa luminiscencia carmesí de la ultima trampa de luz le mostró claramente que estaban separados apenas por seis o siete varas, alcanzó a ver las tenazas de cangrejo, la coraza calcárea con las hojosas protuberancias de dolomita que cubrían el cuerpo de lagarto acorazado del mismo color de la patina de oxido de hierro de los restos de los barcos naufragados en las playas de su infancia marina. Escuchó los chasquidos de las ventosas cada vez mas cerca, el roce apagado del soma dolomítico sobre la pulida superficie de ágata. Un parpadeo instantáneo de una trampa de luz iluminó la escena hacia el fondo de la gruta, pero demasiado lejos de donde se encontraban y solo pudo distinguir la silueta silúrica de la bestia recortada contra el fulgor rosado de la luz sobre las rodocrositas de la columna ritual. Ni siquiera pudo alcanzar a levantar el cuchillo litúrgico. Incluso se demoró en gritar porque la intensidad del dolor lo hizo estremecerse curvándose sobre si mismo y agarrotando sus músculos lo despeñó en un abismo de tormento inimaginable. Las tenazas tijeretearon la carne de su antebrazo izquierdo y de una de sus mejillas, después su vientre y el muslo derecho. Intentó enrollarse como un isópodo sobre el frío piso silíceo, escabullirse vencido y rastrero hacia los nostálgicos gladiolos perfumados, pero las tenazas lo cortaban aquí y allá sin detenerse, una de sus manos se aferró a una de las cañas de bambú pero fue cercenada de un solo corte atenazador. Se dio cuenta que la bestia tenia la capacidad de ver en la oscuridad total, se dio cuenta que las trampas de luz eran una de sus facultades innatas de depredador especializado, como las luciérnagas, las noctilucas o los peces abismales de las profundidades oceánicas, se dio cuenta que sus sentidos eran sinestésicos, que la bestia podía oír colores, ver sonidos, y percibir sensaciones gustativas con solo tocar un objeto o un cuerpo vivo, se dio cuenta que la bestia lo hería, lo sajaba, lo descarnaba solo por el placer de experimentar la intensidad de su dolor quizás en que colores, o sonidos o sabores, se dio cuenta que iba a morir destrozado por un perverso insecto subterráneo, por un alacrán desaforado de tamaño descomunal pero solo bestia, animal, instinto mecánico o bioquímico pero absolutamente irracional, él, el sacerdote brujo que había tenido la nítida visión onírica en los desvarío de la mezcalina de ese túnel, caverna o gruta, de esos bambúes sagrados que se elevaban hasta la altura de la bóveda formando una cárcel de tallos/barrotes verdes y flexibles, la visión de esa bestia extravagante atrapada en un confuso y lóbrego laberinto lineal, se dio cuenta que iba a morir ahí, incrustado en el mismo sueño premonitorio que lo había llevado a ese aquí y a ese ahora. Vio una última trampa de luz que estalló en destellos bermejos que se reflejaron en los belfos salpicados de su sangre, sintió el último dolor insoportable cuando una de las pinzas de la bestia entró entre sus costillas y atenazó su corazón haciéndolo estallar como una blanda fruta podrida. No alcanzó a ver lo que ya había pre-visto en su alucinación de peyote; sus intestinos colgados de los bambúes y de la columna del rito como si fueran guirnaldas de celofán violáceo que las trampas de luz iban convirtiendo sucesivamente en relámpagos verdes, amarillos, azules y rojos.


* Lophophora williamsii (Lem. Coulter)


Imagen: http://s41.photobucket.com/albums/e297/Mch921849/?action=view&current=brian_peyote_palms_b_o.jpg

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