lunes, 6 de septiembre de 2010

HUMEDAS GEOGRAFIAS INICIALES


“Un neobarroco en estallido en el que los signos giran y se escapan hacia los límites del soporte sin que ninguna fórmula permita trazar sus líneas o seguir los mecanismos de su producción. Hacia los límites del pensamiento, imagen de un universo que estalla hasta quedar extenuado, hasta las cenizas. Y que, quizás, vuelve a cerrarse sobre sí mismo.”

Ensayos Generales Sobre el Barroco.

Severo Sarduy, 1987.


Vinieron entonces las aguas, violentas, caudalosas, en un torrente pardo y arcilloso que socavó cimientos y raíces, enturbió las aguas cristalinas de las norias y las vertientes, sajó los taludes, los terraplenes, los pequeños barrancos de las orillas y todos los bordes en desnivel, dejando como cicatrices las cárcavas que después con las lluvias fueron quebradas cada vez más profundas y devinieron fértiles valles. Antes de aquel gran huayco apocalíptico todo había sido una extensa planicie de limos y arenas solidificados y cementados por las sales de un mar empantanado que desapareció como si se hubiera sumido en un hondo dzonot sin fondo ni termino y en los veintiocho días de la lunación apenas dejó unos charquitos entumidos donde chapotearon los delfines rosados bajo un solo inclemente que los fue secando y resecando hasta estamparlos en el limo seco y convertirlos en fósiles fantasmagóricos de sirenas vírgenes que los indios chumareños les cambiaban a los godos por sus collares de vidrio y su navajas de afeitar en los días de la fiesta santa. El mar era una inabarcable bahía de aguas quietas, verdosas y densas, donde desembocaban dos ríos anchos y cargados de los sedimentos de sus territorios erodados que traslapaban sus deltas formando un solo abanico barroso cubierto de manglares de mangle rojo, prieto, blanco, y mangle botón, y de los grandes caimanes sagrados que el insigne y sabio geógrafo, naturalista y explorador Barón Friedrich Heinrich Alexander von Humboldt creyó extintos. Sobre ese triangulo tropical de caños fluviales e islas sedimentarias se formó un entero país dos palmos apenas sobre aguas sucias de restos de hojas casi transparentes en las que solo se veían la nervaduras como mínimos y frágiles esqueletos vegetales, y donde se desplazaban de vez en cuando los cadáveres hinchados de los tapires, los capibaras y los araguatos ahogados en la huida despavorida del ataque de los yaguares. El fondo de ese mar de tres aguas mezcladas era un coloide inorgánico de limos y arcillas como una bruma color del té con leche donde no se distinguían ni siquiera la infinidad de jaibas que terminaban de mondar los huesos de los animales devorados a mordiscos prehistóricos por los caimanes, y que las dos corrientes encontradas de los dos ríos y las mareas hacían rotar según las lunaciones por la infinita bahía geosinclinal que lentamente se iba colmatando de los diminutos fragmentos de las comarcas erosionadas, hasta que el peso de los sedimentos respondiendo al principio del equilibrio isostático afloraron sobre las aguas como una terraza lunar, vacía, plana, lisa, apenas marcada por los jeroglíficos de las huellas de la jaibas que huyeron siguiendo la línea de costa efímera que se replegaba hacia el horizonte marino perseguida por las ordenadas hileras de pelícanos que iban tras los cardúmenes de anchovetas iluminadas por la pálida luz de la luna de los primeros plenilunios. Y esa fue la llanura perfectamente horizontal que milenios después las aguas en torrentes y las lluvias desbordadas del monzón desgastaron, erosionaron y sajaron con paciencia de orfebre labrando un continente entero con sus cordilleras volcánicas, sus sabanas interminables y sus junglas enmarañadas con sus árboles y lianas y salamandras amarillas y monos aulladores, garzas, alcatraces y tijeretas de mar, y con los caimanes esperando hambrientos allí abajo entre las raíces aéreas de los manglares, y todos huyendo siempre del espanto de las lampalaguas gigantes y de los ocelotes sangrientos mientras en la mar océana ya se criaban las albacoras y los congrios negros y colorados, y en los cielos de límpidos azules planeaban los cóndores, los buitres reales de plumaje pardo y blanco y con la piel desnuda de la cabeza y del cuello de vivos colores anaranjados, rojos, azules y púrpuras, y también trazaba su vuelo certero el cernícalos de todos los tiempos y paisajes, y en los rincones de sombra la tierra marrón oscuro y fértil se cubría de musgo verde esmeralda como un finísimo cojín aterciopelado sobre el que caían los fragantes y delicados copos de nieve de los pétalos de los ciruelos en su primera primavera. Vale.



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