sábado, 12 de septiembre de 2009

CANGREJOS AZULES (Cardisoma guanhumi)


Ayer llovieron cangrejos azules, iridiscentes y feroces. Estuvo lloviendo agua toda la mañana, ya casi a mediodía escampo un rato corto y antes que los árboles y las techumbres terminaran de destilar se vino el aguacero de cangrejos. Por el ruido creímos que era una granizada, pero cuando escuchamos los gritos del jardinero en el prado de las gardenias y nos asomamos al ventanal vimos como caían sobre el pasto las manchas azules que después caminaban desparramándose para todos lados como buscando el mar y los roqueríos donde esconderse. El cielo se veía cubierto como con una gasa azulina y el horizonte no llegaba más allá de un cuarto de toesa. Mientras observábamos absortos el increíble cuadro, Anselmo comenzó a recitar una letanía sobre otras lluvias aberrantes, como la lluvia de peces que duró tres días en la región de Queronea, en el Peloponeso, la de grandes ratones amarillos que cayeron sobre la ciudad noruega de Bergen, una lluvia de sapos en la aldea inglesa de Acle, en Norfolk, un chubasco de serpientes en Memphis, en Estados Unidos, la de codornices que se abatió sobre la Valencia de España, los millares de ranas llovidas sobre Leicester, en Massachusetts, los canarios muertos que cayeron del cielo en la ciudad de St. Mary’s City, en Maryland, la arañas pequeñas que llovieron en Salta, Argentina, y así siguió hasta que citó la vez que en el Choco de Colombia llovió sangre, y ahí le hicimos callar porque vimos que el jardinero corría como loco por el prado con el cuerpo lleno de cangrejos que lo pellizcaban, lo herían en la piel de las manos y la cara, cuando llegó cerca del portal ya estaba sangrando, y su sangre manchaba los caparazones azules. No le abrimos la puerta, así que él se devolvió corriendo desesperado hacia el prado. El espectáculo era impresionante, la grama verde, los cangrejos azules moviéndose como flores vivas de pensamientos, la Viola tricolor hortensis, el jardinero como un árbol de bugúla con flores variegadas en azul y rojo. Todo brillante y de nítidos colores por el agua de la lluvia de cangrejos. De pronto él rodó por el pasto hecho un bolo de ensangrentados cangrejos azules y termino junto al ceibo imponente que el Duque de Arquerías, mecenas de artistas circenses y secretos envenenadores, había traído hace mas de un siglo de su viaje a la Patagonia en busca del ultimo milodón, y del que trajo un manojo de pelos duros y hediondos, una garra, fecas y medio fémur con algunos otros trocitos de piel y de charqui pegados en el trocánter menor y que podía ser de un caballo si no fuera que era como dos veces mas grande. El olor (o el sabor dispersado por la lluvia) de la sangre congregó una ruma de crustáceos sobre el cuerpo del infortunado que en posición fetal gritaba como un barraco al que lo están desollando a fuego vivo. Cuando sus gritos se acallaron por desmayo o muerte, aun caían por aquí, allá y acullá los últimos cangrejos azules y comenzaba una llovizna lenta y finita que apenas se distinguía iluminada por la luz del ventanal, porque ya era de noche y el prado era una alfombra de suave terciopelo negro. Al otro día no quedaba ningún cangrejo, y en la grama verde esmeralda solo estaban los huesos mondados del jardinero repartidos como aquellos ideogramas chinos de las inscripciones adivinatorias hechas en caparazones de tortugas. Nunca supimos donde se fueron los cangrejos azules porque estuvimos los tres días siguientes encerrados, y cuando nos atrevimos a salir a recoger los huesitos limpios del Jardinero, recorrimos el jardín de punta a cabo, y no vimos ninguno, ni siquiera quedaban huellas de su paso. Eso hizo que Anselmo, que en ese tiempo era monje menor y ni se soñaba de Arzobispo de Arquerías, reclamara hasta su muerte que todo había sido una fantasía producto del vino dulce que habíamos robado de la sacristía ese mismo día en que llovieron los cangrejos azules.

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