sábado, 12 de septiembre de 2009

GEMOLOGIA ONIRICA


El sueño comenzó grato y apacible, caminaba por la umbría frescura de un bosquecillo de altos magnolios florecidos. Grandes flores muy blancas destellaban entre sus hojas de color verde brillante en el haz y ferrugíneo-pubescente en el envés. Su aroma invadía la tarde completando el ámbito de serena quietud. Mas allá entré en un bosque de ginkos, extrañamente ahí era ya otoño, y los amarillos oros de las hojas bilobuladas resplandecían inquietas por la brisa, iluminando el entorno con una luminiscencia algo fantasmal. Después de los ginkos el territorio era rocoso, áspero, con inmensas rocas grises o negras llenas de oquedades oscuras, cuevas, hendiduras, erosiones de formas terroríficas, que se repetían más y más hasta que fue de noche. Sin luna ni estrellas, el cielo era de un negro aterciopelado, como si no existiera. Me detuve temeroso, ciego y extraviado. Busqué en mí alrededor alguna referencia y vi un leve resplandor que provenía como del interior de una cavidad. Era la pequeña boca de un túnel. Entré buscando el origen de la luz y vi que se extendía unas cincuenta varas, aunque estaba muy iluminado no pude ver de donde provenía la luminosidad, pero las paredes eran de granito casi blanco, muy pulidas, lo que quizás explicaba la tonalidad blanquecina del resplandor que había visto desde afuera. La galería tendría unos diez pasos de ancho, y una altura de dos hombres. El piso era de una arena amarilla con innumerables destellos de cristales de mica. Desde el portal alcance a distinguir perfectamente que terminaba en una pared irregular, muy fracturada, de la cual escurría agua que se canalizaba por las grietas formando una pequeña vertiente, cuyo flujo se infiltraban a mitad del túnel en el piso arenoso. En ambas paredes vi unos pequeños nicho socavados en forma muy primitiva, y cada uno de ellos habían pequeñas estatuas que fui reconociendo una a una; un Buda de turquesa sentado en la posición de loto, la perfecta miniatura de un palmo de alto de la estatua del cesar Augusto tallada en cuarzo rosado, un crucifijo con la cruz de jaspe y el Cristo de sugilita, un perro de Fu con su sonrisa deformada por las franjas del ojo de tigre, una tablilla de crisocola con el Tetragrámaton tallado en bajorrelieve, una estatuilla de un león de turmalina luchando ferozmente contra un terrible dragón de ágata azul, un espejo de hematita, las figuras de las tres Górgonas, Estono en cornalina, Euríale en pirita y Medusa en lapislázuli, un camafeo de malaquita con el relieve del rostro de una mujer muerta mas hermoso que haya visto, una figura del can Cerbero con una cabeza de obsidiana, otra de rubí y la otra de ágata, la pequeña estatua de amatista del Anubis con cuerpo de hombre y cabeza de chacal. Y en el último casillero había un estilizado vaso de cuarzo, el que usé para tomar del agua de la vertiente sin darme cuenta de que su borde era filoso como una navaja. Bebí esa agua paladeando su cristalina pureza subterránea y el helado contacto con mi paladar me fue sacando suavemente del túnel y del sueño. No sentí el corte en mi labio sino hasta que desperté y vi sobre la mesa veladora, a lado de la bolsita de terciopelo con mi colección de gemas, el vaso de agua del que había bebido unos sorbos antes de dormirme, el agua tenía un raro tinte rojizo. Noté en el fondo una leve superficie mas densa, coloidal, como de sangre, que se movía tiritando intermitentemente como si estuviera viva. Solo entonces sentí el agudo dolor de la herida y la sangre escurriendo por mi barbilla.

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