sábado, 12 de septiembre de 2009

DE LIRIOS NOCTURNOS

Había un lirio incendiado en la noche carcomida por los gusanos. Una botánica silvestre seducida por la cosmogonía de un sol que girando trajo las sombras. Se retorcía doloroso en flameantes espirales lanzando sus breves destellos hacía las siniestras oscuridades de profundo azul. Agonizaba como un héroe trágico, convertido en el absurdo habitante de aquel chisperío desatado. Un lirio anónimo y múltiple; yedra de mayo, abumón o búcaro, dulce morado, casto blanco o intenso amarillo. Arde en la noche carcomida por las larvas perlescentes de moscas nocturnas, agobiada por esa masa incesante de vermes hambrientos. Allí el heráldico fuego del lirio, amacayo dormido junto a la sagrada cruz, el águila bicéfala y el león rampante, sangra su gules herido en la batalla final, colorinche, bélico, quizás bermellón, escarlata o rojo. Ignorado. Los lanceolos se retuercen y jironean emulando las garras espumas de Hokusai. Hierve la savia en evanescentes ductos clorofílicos. La noche horadada por cresas u orugas se derrumba, cruje y se desploma sobre las llamas minúsculas de lo que fue divisa de Grandes. Los fragmentos nocturnos se apelmazan, se concentran en una masa negra, densa, despojada de grandezas, incrustada de mínimos cadáveres de gusanos. Una astronomía de novilunio oculta la pirología de pétalos y sépalos incandescentes. Quemadas flores, grandes, perfumadas, purpúreas o violetas se involucionan desesperadas ante la muerte inevitable. Mueren orgullosas de su destino crepuscular. Los rizomas enterrado vivos guardan los secretos de sus pócimas de amor, o ese halo misterioso que permite ahuyentar espíritus funestos. Un esqueleto de impalpables cenizas heráldicas sostenidas solo por la memoria fugaz del lirio incendiado, permanece incólume, soberbio en medio de la noche roída y derribada. Pudo haber sido lirio del monte, azucena, alhelí, azafrán silvestre o espiguilla. Pudo vivir entre el violeta y el blanco, entre el amarillo y el rojo, o con elegantes y alegres jaspeados. Talvez fue amancay o alguna vez nenúfar, lampazo, gualdón o reseda, ridícula espadilla. En la noche derrumbada naufragan las arcillas fúnebres del enigmático lirio incinerado. Aciagos abalorios detentan carbonizadas espadas vegetales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario